Por fin se estrenó la película esperada. Un joven se pone a la cola de la taquilla para comprar unas entradas de cine. Después de dos horas de espera le toca el turno. Ha olvidado el carnet de estudiante y la señora de la taquilla le dice: “¿Cómo puedo saber que me estás diciendo la verdad y que realmente eres estudiante?...” El joven, sonríe resignado, y le dice: “Sólo tengo mi palabra”. Ella le contesta: “No te conozco, así que no tengo por ello motivos para desconfiar de ti. Aquí tienes las entradas… a precio de estudiante” .
Un importante ejecutivo de una compañía americana llega con el tiempo justo para coger un vuelo, pero en el mostrador se da cuenta que, con las prisas ha olvidado el billete en la oficina. “Lo siento, no puedo darle el pase de abordar”, es la primera reacción de la azafata que está detrás del mostrador. “Srta. llevo 15 años volando con ustedes, mi nombre está en la computadora, existe ese billete, está pagado, pero no lo tengo aquí conmigo… Solo le pido que confíe en lo que le digo”. Y después de pensarlo unos minutos, la joven le pidió su pasaporte, sacó una copia, y le entregó un pase de abordar, diciéndole: “Confío en su palabra, solo le pido que me haga llegar ese billete en menos de 48 horas”. Tres meses más tarde, este ejecutivo buscó a esta azafata para ofrecerle uno de los puestos más serios de su empresa: la atención y cultivo de los clientes más importantes de la empresa. Había demostrado que sabía confiar en los demás, y este es el principio fundamental para cualquier relación que se caracterice por ser “humana”.
Son dos ejemplos que hablan por sí mismos. ¡Que necesidad tenemos, en nuestra sociedad, de recrear una cultura de la confianza! Hay medios de comunicación que han escogido presentar siempre y exclusivamente lo malo del hombre. Acaban haciéndonos creer que todos los seres humanos somos enemigos potenciales unos de otros. Es cierto, que los acontecimientos terroristas que hemos vivido en los últimos años tampoco ayudan a crear espacios de confianza, pero si abdicamos en esta lucha de pensar primero bien del otro, estaremos apostando por el suicidio de la humanidad. No hay hombre o mujer que pueda ser feliz sin experimentar que alguien confía en él o en ella. Todos lo necesitamos.
Desde que nacemos, sobrevivimos gracias a que confiamos, de forma casi innata, en que el otro que nos cuida, busca primeramente nuestro bien. ¿Desconfía naturalmente un niño de su madre? o ¿Cuándo duda de que su padre pueda desearle un mal objetivo? De hecho, los traumas infantiles más difíciles de superar provienen precisamente de experiencias de este tipo, porque lo más natural a la psicología humana es creer que quien me dio la vida, me quiere y busca mi bien. Se tiende a confiar naturalmente en ellos.
Toda nuestra vida está hecha de actos de confianza unos en otros. Confiamos en que cuando vemos una señal en la carretera que indica curva peligrosa, es porque va a venir. Ha existido alguien que quería avisarme para evitarme un peligro. Confiamos cuando compramos comida en supermercado en que nadie me va envenenar. Confiamos en los consejos del médico, aunque no le conocíamos antes de acudir a la consulta….
La confianza entre los seres humanos es el principio fundamental que permite la convivencia porque es la base que sostiene la personalidad humana, fundamentalmente una personalidad “relacional”. Toda la estructura psicológica y espiritual del ser humano, está hecha para la relación, para el amor y la ayuda mutua. En gran medida, la seguridad personal dependerá de la experiencia personal en este campo.
Se confía cuando se cree que el otro es alguien que en sí mismo merece la pena, es valioso y admirable, y puedo aprender seguramente algo de él. En una palabra que es “bueno para…”. ¡Basta ya de pensar siempre que el hombre es un lobo para el hombre! No es cierto. Una cosa es que alguien haya actuado mal en una o quizás en varias ocasiones (como todos lo hemos hecho), y otra etiquetar por ello, para siempre a esa persona. Esas etiquetas, a veces son peor que una condena a muerte, porque es difícil cambiar cuando nadie confía ya en esa persona. La confianza en el otro comienza con el pensamiento positivo porque de pensar bien del otro, brotarán los gestos de confianza sinceros hacia él.
Todos queremos un mundo más humano, pero para humanizar al ser humano, hay que comenzar “confiando en él”. El ser humano, en general, tiene un hondo sentido de justicia: dar a cada quien según lo que merece. Precisamente porque tendemos a ser justos, los cambios más profundos en el comportamiento humano, se dan cuando uno se ve tratado, no con estricta justicia, sino con algo que va más allá, con bondad, aún cuando estrictamente no lo merece. Quien haya leído “Los miserables” de Víctor Hugo, recuerda el cambio profundo en el corazón del protagonista, al inicio de la novela. A pesar de la hospitalidad recibida, gracias a la cual Juan Valjean, un expresidiario siempre odiado y tratado injustamente, es invitado a cenar y a dormir en casa de M. Bienvenido. El presidiario se levanta por la noche y huye de la casa tras robar los cubiertos de plata. Enseguida es apresado por un grupo de gendarmes, que le llevan hacia la casa del obispo. Y éste es quien excusa a Jean Valjean delante de la policía, explicándoles que no existía robo alguno porque él mismo le había dado los cubiertos de plata para que los vendiera. La justificación de M. Bienvenido tranquiliza a los policías y deja internamente atónito al antiguo presidiario: "Juan Valjean abrió los ojos y miró al venerable obispo con una expresión que no podría pintar ninguna lengua humana". Después de haber robado, recibió no tanto justicia, sino confianza manifestada en comprensión, disculpa y bondad. Hubo alguien que creyó, que a pesar de lo sucedido, él era y podía ser “bueno”. La experiencia de esta confianza, más allá de las apariencias, le cambió el corazón y la vida para siempre.
Merece la pena ver lo que sucede cuando se practica la confianza, y más aún cuando se elige como actitud interior habitual respecto a los otros. Se descubre un espectáculo maravilloso: jubilados que se tenían por inútiles vuelven a sonreír con gusto, adolescentes inconformes que deciden elegir el bien por sí mismos, matrimonios que se salvan, familias que se ayudan unas a otras a salir adelante, amistades que duran toda una vida…
El hecho de que la confianza sea mutua, retroalimenta y motiva pero no es indispensable para que se practique. Es necesario que haya uno que empiece a confiar en el otro. Cada día se nos presenta la oportunidad de hacer al menos, un acto de confianza: ¿Qué sucedería si hoy en mi matrimonio hubiera de mi parte un poco más de confianza en mi cónyuge? ¿Cómo sería hoy mi relación con mis hijos si confiara más en ellos? ¿Qué trato daría hoy a mis empleados si me moviera internamente el “creer más en ellos”? ¿Qué ocurriría si hoy confío en mis padres y en que quizás me quieren más de lo que yo imagino? Un primer acto de confianza, puede ser el principio de una nueva relación y una forma nueva de vivir. Vivir con esperanza.
Habrá quien piense que así no se puede vivir porque siempre acabaremos desilusionados de los demás. Ciertamente quien confía en los otros, sufrirá algunas desilusiones, pero ¿hay mayor desilusión en la vida que la proviene de haber perdido la capacidad de amar y confiar en los otros?
Cada quien elige como quiere vivir y quien quiere ser. Quien decide optar por confiar en los demás, no elige ir con cara de tonto por la vida, sino opta por esforzarse para descubrir el hombre y la mujer buenos, que cada uno lleva en su interior, para hacérselo ver a ellos mismos, y actuar en consecuencia. Quizás sea preferible equivocarse alguna vez por haber confiado de más, que no acertar nunca en el amor por haber dudado siempre de los otros.
La confianza atrae, cautiva y deja ganas de ser mejor. Cambiar todo el mundo es tarea de gigantes, pero cambiar nuestro alrededor solo depende de que seamos capaces de confiar en los otros, en los que tengo cerca, un poquito más para empezar hoy a vivir de… esperanza.
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