viernes, 25 de julio de 2008

ASÍ ES MI FAMILIA …

MIL GRACIAS AL LIC. JORGE LÓPEZ COUTIGNO,
POR SU COLABORACIÓN Y RECUERDEN SEGUIMOS
ESPERANDO MAS HISTORIAS DE FAMILIA.
Hola, espero que sirva esta narración para los relatos de Familia. Es real con algunos pincelazos de hilaridad, y formaba parte de la propuesta para el concurso "¿Cómo ha impacto en mi vida la lectura?".


LETRAS MAYORES

Por Jorge López Coutigno

Ya estaba todo decidido. Aurora viajaría hasta Madrid para reencontrarnos en el verano y poder realizar los trámites legales correspondientes para desposarnos.
Ella se sorprendió de mi determinación expresada por teléfono, pues presintió que esa despedida en la estación de ferrocarriles de la ciudad de Sofía era otro fracaso de una relación sentimental más. “Ya se me fue el tren”, lamentó cuando observaba cómo desaparecía el último vagón del Expreso del Medio Oriente.
—No, papá, así no —exclamaron al unísono Gueorgui y Nadja Carolina cuando leyeron el borrador de mi testimonio, donde relato mi reencuentro con Aurora, a quien conocí en la capital búlgara, en un exilio académico conseguido por ambos. Ellos insistían que empezara el relato con una escena en el interior de la iglesia de Lomas Verdes, donde un sábado de abril de 1990 ambos dijimos que “Sí”.
La idea no me agradaba, posiblemente por el comentario de mi suegro, un viejo sabio ferrocarrilero con cientos de lecturas encima efectuadas durante su joven jubilación, quien había recibido la llamada telefónica de la secretaria del prelado de Lomas Verdes, reclamando que el cheque con que se había pagado la misa no tenía fondos. “Esa boda no vale”, repetía con sarcasmo.
Mis dos hijos deseaban una historia, en mi caso real, semejante a la que habían leído y escuchado desde las páginas de los libros de Horacio Quiroga y Edgar Allan Poe, dos autores que compartían por las noches cuando Gueorgui, como parte de su tarea escolar, se acercaba hasta la cama de mi hija de 12 años y le narraba alguno de los cuentos de estos escritores.
Rechacé la idea porque había leído muy poco de ellos; sólo un cuento de terror del sudamericano que me sirvió como estrategia didáctica para un reciente taller de lectura y una historia de un asesinato misterioso, leída en idioma inglés. Es decir, nada. Además, en mi testimonio no había ni una pizca de terror. No sé si en nuestra relación.
Mi autoridad como padre se impuso y regresé a la Europa de finales de la década de los ochenta, cuando Jaime, Lourdes, Saudade y José Manuel, miembros de una familia mexicana, me abrían las puertas de su departamento y de sus vidas, para darme alojamiento en su hogar mientras me proponía aprender los secretos de la vida periodística del corresponsal del periódico “Excélsior” en Madrid.
Con techo y alimentos pude realizar una pausa a mi retorno a México, y con ellos, disfruté de la lectura, principalmente la de una novela de Mario Vargas Llosa, “La tía Julia y el escribidor”, cuyo contenido fue determinante para saber qué hacer con mi futuro.
Tres años antes lo había esbozado: con el apremio de mis compañeros de trabajo en la Universidad Pedagógica Nacional para que me fuera al extranjero, decidí y logré una beca concedida por el gobierno mexicano para realizar estudios de posgrado en Bulgaria.
—¿Periodismo en Bulgaria? —se sorprendió el director de la escuela cuando le solicité la postulación por parte de la institución. —¿Qué vas hacer allá? —insistió mientras firmaba el documento.
Deseaba conocer otros países, otras culturas y, por qué no, otras mujeres. Nunca imaginé que me enamoraría de una chica mexicana y menos de alguien que vivía a menos de 30 kilómetros de mi casa, con quien pude haber coincidido en algún espacio de la Unidad Ajusco de la universidad, ya que ella, como pedagoga, asistía con regularidad al sur de la ciudad de México a cursos y talleres de actualización.
A Bulgaria llegó un invierno después de mi arribo. Había sido aceptada en la Universidad de Sofía para estudiar el doctorado en Pedagogía, sin embargo había escapado de problemas y decepciones. Por suerte, fue asignada al edificio 17 de la ciudad estudiantil, precisamente donde yo vivía con Gueorgui Yanev, un estudiante búlgaro interesado en las probabilidades matemáticas.
Y eran pocas las probabilidades para que Aurora y yo iniciaramos una relación seria.
—Puedo ser casi tu mamá —repetía como si levantará un escudo cuando intentaba darle un beso a la mejilla. Aunque nunca fui amante de las matemáticas, hacia cuentas, y a sus 35 les restaba mis 27. El resultado era siempre un ocho, que en el papel se transformaba en un corazón.
Pareciera una radionovela, como la de “Varguitas”, el escribidor de la novela de Vargas Llosa, quien a sus 18 años de edad se enamoró de Julia, de 32, viuda y con un parentesco cercano: era su tía política. Pero nuestro caso era, es real. Y casi prohibido, de acuerdo a los prejuicios que perviven en nuestra sociedad. Por ello, en Sofía, alimentamos el amor, lejos, muy lejos de nuestras voces. Sin embargo, persistían mis dudas, nuestros miedos.
Las aventuras, ocurrencias y formas de actuar ante esa diferencia de edad entre ese periodista y escritor en ciernes y la tía Julia influyeron en mi percepción para formalizar una relación. Con historias que ahora conocemos en los dramas con horario triple A de la televisión y sin dejar a un lado la hilaridad, el escribidor me fue mostrando todas las ventajas y desventajas que presenta un amor ¿desigual?
Las lecturas nocturnas interrumpidas por el agobiante calor veraniego de la capital española, me dieron herramientas para el aprendizaje de la vida y los sentimientos adultos, así como para el desarrollo de mi propia personalidad. A distancia, revivía la relación iniciada con Aurora y esta situación servía para tomar nuevas decisiones. A través de las palabras, de oraciones y miles de párrafos fui construyendo una lectura acerca de este amor que había surgido sin convencionalismos y que había arrobado nuestras soledades. Era, sin duda alguna, una lectura que fui siguiendo al mismo tiempo que se consolidaba mi libertad, mi autonomía, mi independencia y mi responsabilidad. En sus charlas y narraciones reflejadas en páginas, la tía Julia y el escribidor habían contribuido a acariciar mi conciencia. Días más tarde, a mi amada.
¿Qué estuviera escribiendo en estos momentos si Lourdes no me hubiera aconsejado leer a Vargas Llosa? No lo sé, posiblemente no hubiera llegado hasta la puerta de la antigua oficina del trabajo de Aurora a leer la convocatoria para desarrollar este testimonio.
Sin embargo, a partir de “La tía Julia y el escribidor” mi vida y la de Aurora han cambiado, y ello ha originado que otras dos vidas, las de nuestros hijos, empiecen a construir otras nuevas historias, como el desplazamiento imaginario de Gueorgui a la época medieval ante la influencia de las lecturas de caballeros, o el de la personalidad de Nadja, quien en sus ojos trasmite la esperanza de seguir amando y viviendo, al igual que los de aquella chica que André Breton descubrió en las calles parisinas.
—¿Y por qué no se casaron en España? —reclamó Nadja Carolina.
La precariedad económica había sido un factor importante, sin embargo la llamada telefónica que hiciera desde Cuernavaca mi padre, influyó para que el poco recurso económico que logramos reunir, sirviera para una “preluna de miel” en Paris. Obviamente que mi viejo no tomó la misma actitud que el padre de Varguitas, quien forzó a que su prima regresara a su tierra natal. No, al contrario. Ejerció su autoridad para que ese momento importante fuera celebrado también por nuestras familias.
Dos semanas después del regreso de Aurora a Bulgaria, partí hacia México. Urgía que encontrara un empleo para poder iniciar mi nueva vida. La lectura del escritor peruano contribuyó a que mi prometida abandonara sus estudios de posgrado y regresara a su hogar a finales de diciembre, dos años posteriores a su partida. Cuatro meses después de su retorno, contrajimos matrimonio y retornamos a nuestra realidad.
Junto a este regreso a nuestras vidas cotidianas, hemos sido acompañados por lecturas de distintos autores, obras para estudiar y libros que son para el placer. “En brazos de la mujer madura”, de Stephen Vizinczey, no ha faltado en nuestra colección.


Verano de 2005/ Jorge López Coutigno

Entre Familia Soy Feliz

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